miércoles, 18 de agosto de 2010

Un miércoles.

Las tres, en la esquina de la barra del bar, su segunda casa, hablan de kilómetros. Aquí no hay nadie más. Aquí no hay nadie que ellas quieren que esté. Enredan con la música, intentando, cada una, poner una canción más bonita que la anterior. Escuchan, ninguna habla, cada una busca la postura más cómoda para pensar, la que se apoya sobre los codos, la que recuesta la cabeza sobre la pared y la que se apoya sobre su mano. Solo escuchan, recuerdan, sonríen, tal vez una lagrimilla, tal vez una risa.
Suena Pereza, Sabina, Los piratas...
Yo, mirando el mundo a través del color ámbar de mi cerveza, intentando sacarte de mi cabeza, intentando fluir. Acomodándome a los días aquí, a los días sin el mar cerca, a los días sin surf y caricias, sin sol y café. Intentando ser lógica, debatiéndome cada día entre ella y los impulsos. Los momentos en los que una descuelga el teléfono y llama, los momentos que vuelven a la cabeza, los momentos en los que intentas evadirte de todo y aun te atrapas más.
Intentando ser lógica, práctica, acostumbrándome a los movimientos de este tablero, fluyendo por el nuevo cauce. Acomodándome, dejándome llevar por el viento que azota esta ciudad, mirando de vez en cuando atrás con el único propósito de sonreír recordándolo, siempre como algo breve, que ojalá pudiera seguir. Ojalá pudiera ser.

Y dejándome llevar. Un poco de cerveza, música, amigas y risas, que historias y más historias después, seguimos como siempre, echando de menos momentos pero viviendo cada segundo.

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