martes, 24 de agosto de 2010

Querido Fer.

Recuerdo que había en el cole un chico que se metía conmigo cada día, que era un suplicio ir a clase, porque sabía que ahí estaría él, sentado un asiento más atrás, una fila más a la derecha. Demasiado cerca.

En ese momento creo que nunca pude llegar a imaginar que ha sido de mi y de ese chico.
La vida, como siempre, jugando a darle la vuelta a todo, hizo que empezáramos ha hablar, su novia, fue una de mis grandes amigas, y cuando lo dejaron, lo dejo ella también conmigo. Y él en Pamplona y yo en Zaragoza, hablábamos durante horas y horas por teléfono. Se suponía que ella aún era mi amiga y su novia, se suponía.

Él, estudiante de Biología en Pamplona, gran amigo de la buena vida y poco del estudio, la constancia y la seriedad que exigía su carrera. Seguramente se vio volviendo a Zaragoza, a estudiar algo sencillito, Derecho, a vivir la mejor época de la vida.
Y volvió con un regalo para mi, una gorra de rip curl negra, preciosa. Pero sin ninguna duda, el mejor regalo fue el hecho de que volviera.

Desde ahí, compañeros de facultad, de malas artes, de borracheras, de conversaciones con sentido y sin el. Ha resultado ser mi alma gemela, mi mejor amigo. Siento que tengo mucho que aprender de él, conocedor del secreto. Con quien puedo pasar horas sin hablar ni una sola palabra, disfrutando de nuestro silencio, tal vez viendo un concierto, tal vez mirando a un punto fijo, pensando, seguramente lo mismo.
Siempre nos hemos reído diciendo que somos iguales, que nos fijamos en lo mismo, que somos los dos unos rayados.
Y es que realmente somos mentes en conexión, en perfecta conexión.
El poseedor del consejo perfecto en cada momento, el que sabe sacarte una risa cuando parece imposible, el que analiza cada situación y la comprende a la perfección, y te dice: -Cris, tienes que ser feliz-. El que sabe ser feliz.

Querido Fer, no tengo palabras para decirte lo que pienso y siento, pero, como siempre, una mirada nos vale para entendernos, te quiero.

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