jueves, 24 de febrero de 2011

Metro.

Caminando entre corrientes de aire que enfrían el largísimo pasillo, mirando a todos los lados, siguiendo el cartelito rojo, como en un juego de pistas. - L1, arco del triunfo, recuerda.-

Dejarme caer sobre el asiento de cualquier vagón, escuchando música, intentando lo inevitable, intentando no pensar demasiado.
Apoyada en la maleta, con la mirada perdida en la oscuridad de la pared de detrás del cristal, solo interrumpida por la parada en alguna estación, o por algún metro en dirección contraria, que por otro lado me encantaría coger, en lugar del mio.
Sin saber porque muy bien, media sonrisa en la cara, esa sonrisa melancólica, reviviendo grandes momentos, volviendo a ver pasar los minutos que durante once días me hicieron sonreír. La sonrisa que cierra el libro tras haber leído la ultima página, el final y sin poder evitarlo piensa en la primera.
Guardando con candado en la cabeza esta semana, intentando no pasar por alto ningún detalle, ninguna sonrisa, y aunque no quiero, me tengo que ir.

Ellas, se quedan en casa, alguna se asomará al balcón y vera su estrechísima calle de edificios no muy altos y respirará el aire encantado de la ciudad. Un aire encantado, diferente. Tal vez porque sientes ser un punto en una linea, como una gota de agua en el mar, pero con el mundo en las manos para que hagas con el lo que quieras. Cualquier cosa, en cualquier momento y en cualquier lugar, como, por ejemplo, aquí y ahora besarte.

Y mañana volverá a salir el brillante sol de barcelona, tu volverás a desayunar con él, en el bar de la esquina de la plaza, cortado o con leche, pero desnatada, y tu, en la interminable diagonal, te aburrirás en clase.
Saldrá el sol otra vez y yo, os echaré de menos en el desierto, esperando a la próxima, porque aunque el tiempo y la distancia no quieran, siempre seguirá habiendo magia.

Urquinaona, me bajo en la siguiente.
Siempre nos quedará Paris.

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