miércoles, 1 de diciembre de 2010

Silencio y manta.

Te sientas en algún lado, con un poco de suerte llevas las gafas de sol puestas, el termómetro va bajando por momentos, tal vez nieve.
Miras arriba, abajo, luego a un lado, la gente pasa, sigues a alguien con la mirada. Irremediablemente te pierdes entre pensamientos, vuelves atrás, bastante atrás, demasiado, me atrevería a decir.
Los mejores momentos, que son los que con más claridad recuerdas, te arrancan una sonrisa melancólica de mirada perdida. Otros, incluso, unas lágrimas, intentas comprenderlos en frío, muy frío, uno de diciembre.

Uno de diciembre. Hace un año caminaba descalza por la arena, tiritando, aunque helado, el mar es un placer. Hace un año no me creería esto, no me creería este blog, ni lo que en el hay escrito, no me creería ni una sola palabra de lo que digo, no me creería ni una sola cosa que hecho.
Dos días melancólicos, tal vez por el hecho de volverme a ver al otro lado, muchos meses después, recordando que la última vez... Fue la penúltima. Me he acordado bastante últimamente, lloro un rato y después me río, no lo mereces, pero así es la vida. Algún día nos volveremos a ver, y sabes, con el mismo o con distinto significado seguiré sonriéndote de la misma forma. Así fui, soy y seré, tu lo sabes.

En silencio, mirada perdida en el horizonte azul, el que no se ve desde aquí, atravesando edificios, paredes y gente, corriendo más rápido que nadie, casi volando, recordando, dejándome intoxicar por el humo de los recuerdos, envenenándome detrás de una pantalla. Partiéndome en dos, en tres, volviendo al pasado, saltando al futuro. Dejándome llevar por el viento tan característico de mi ciudad, cierzo, que a ratos te empuja fuerte y a veces deja de soplar y te deja caer sobre la acera como una marioneta a la que le cortan los hilos.

Sentada en cualquier sitio, con las gafas de sol puestas, el termómetro sigue bajando. Tengo frío.

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